La verdad es que hoy tengo esa
maldita sensación de: “¿Qué mierda está pasando?”. Hace un par de semanas me
tocó hablarles del sensible fallecimiento de uno de los monstruos del rock,
Lemmy Kilmister; ayer me lamentaba por la partida del icono del terror
ochentero Angus Scrimm, y hoy, como si hubiera sido un gancho directo a mi
quijada, me entero de la muerte de David Bowie.
A veces uno piensa que los
artistas son tan especiales como para sufrir de los mismos males que el resto
de nosotros. Pero llega el momento en que nos damos cuenta de que son tan
mortales como todos y que pueden morir, como en el caso de David Bowie.
Conocido como el Duque Blanco,
aunque tenía una infinidad de alter egos, Bowie fue un camaleón cuyo verdadero
nombre era David Robert Jones, y se le considera uno de los artistas pop más
importantes, talentosos y originales del pasado siglo XX y de lo que llevamos
del actual. Hoy nos hemos acostumbrado a asociar el pop con un género
desechable donde se fabrican estrellas artificiales, pero hace 50 años era un
campo de pruebas para ideas novedosas, en lo cual Bowie fue un prócer. En la
época en que el rock se volvió experimental, él fue uno de los que sacó discos
conceptuales, que nos contaban las historias de los extraños y fascinantes
personajes que él encarnó.
Pero este histrionismo no se
quedó relegado sólo a los escenarios de conciertos, sino también llegó al cine.
Es así como Bowie tuvo una destacada carrera como actor, dándoles a sus
personajes un toque atractivo y al mismo tiempo perturbador. Recordemos que fue
el amante de una vampira obsesionado con su deterioro en “The Hunger”, Jared el
Rey de los Duendes en “Laberinto”, Poncio Pilatos en “La Última Tentación de Cristo”,
Andy Warhol en “Basquiet” y muchos otros, incluyéndose a sí mismo, pues él en
sí era todo un personaje.
La muerte de David Bowie
significa que otra gran estrella se apaga, legándonos la luz de su enorme obra,
que llega incluso hasta los últimos días de su existencia, pues sólo la semana
pasada había presentado su último disco “Blackstar”, siendo su primer sencillo “Lazarus”,
cuyo videoclip y letra nos muestra que él sabía que estaba viviendo sus últimos
días.
Bowie fue el hombre que vendió al
mundo, y lo hizo a cambio de su enorme talento, lo que resultó un negocio
redondo para todos nosotros, los que disfrutamos de su arte.
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