Dedicado a los agresores.
A veces la pudrición de un alma
se permea al cuerpo, o por lo menos eso le gustaría pensar, en especial en el
caso de ese guiñapo que sudaba en la cama los excesos de alcohol que acumuló en
su cuerpo durante décadas. Ahora, abandonado, si es que alguna vez tuvo algún
tipo de compañía, Jorquera, un hombre que en sus mejores momentos era física
y mentalmente soberbio (en el buen y mal sentido de la palabra), estaba
reducido a un despojo que gemía continuamente, producto de que los analgésico
ya no espantaban el dolor, transformándolo sólo en una sensación nebulosa de
constante malestar, como si estuviera siendo cocinado a fuego lento por la
fiebre.
En ese estado de conciencia
incompleta, Jorquera mira esa figura delgada a través de sus ojos velados, por
lo que no puede enfocar a la perfección. La voz de esa presencia también le parece
lejana, como si estuviera hablando detrás de un vidrio grueso. Le cuesta
entender lo que quiere, pero siente una hostilidad que se le perfora como clavos
ardientes en el pecho. Le está recriminando algo, una cosa que hizo o dejó de
hacer; pero habían sido tantas ¿Cómo podía saber de qué le hablaba? De pronto
su mente pasó por un claro y entendió, subiendo de inmediato que le hablaba de
ese chico delgaducho y pequeño, aquel que por su insignificancia siempre le
pareció despreciable. Por su lado, esa persona que estaba ahí le bombardeaba
con preguntas, relatándole hechos como si él estuviera siendo acusado ante un
fiscal. Pudo haber negado todo, haber dicho que sólo eran cosas de niños, pero
sabía que eso que él avaló fue una barbaridad, así que lo contó todo.
Como si fuera la confesión frente
al cura antes de enfrentarse a la muerte, Jorquera, llorando, aceptó cada uno
de los cargos, pidiendo perdón por su actuación en los hechos. Al final,
después de toda la confesión, ese remedo de hombre imploró por absolución, pero
esta no llegó, ya que la figura que lo acosaba, ya fuera ángel o demonio, sólo
se desvaneció, dejándole ahí, en esa cama en que agonizaría por un mes más,
acompañado únicamente por su dolor y los remordimientos.
**********
Morales venía echando rayos por
los ojos cuando llegó a la oficina de Erik. Toda esta mierda ya le había
llegado muy por encima de la coronilla, así que, sin otra opción, se encontraba
de nuevo en el despacho de ese cabrón para sonsacarle aunque fuera una pequeña
pista para llegar al asesino.
No obstante, encerrado en su oficina,
Erik se tomaba el cuarto whisky de la mañana, pues la verdad es que a esas
alturas todo le importaba un carajo. A primeras horas de ese día recibió una
llamada de su superior en la firma, quien en esos momentos se encontraba en la
casa central de Nueva York. Por lo visto, alguien de ahí le había ido con
cuentos de que él estaba fuera de control, que lo habían visto consumiendo
drogas y alcohol en la oficina, además del engorroso asunto de las constantes
visitas de la policía debido a los asesinatos. La cuestión es que lo llamaban
para anunciarle que desde mañana ya no pertenecía a la compañía, pues su
comportamiento atentaba contra la imagen que ellos deseaban proyectar al
público. En vano Erik trató de jugar sus cartas, mostrándose contrariado y
reclamando haber dado todo por la empresa, que su gestión había sido intachable
y que las utilidades habían subido desde que el estaba en su puesto. No
obstante, cuando estas razones no funcionaron, decidió recurrir a los
artilugios más oscuros, amenazando con debelar información comprometedora
acerca de varios altos funcionarios de alto nivel de la empresa. Pero Erik
sobrestimaba demasiado su suerte, ya que sólo consiguió despertar la ira de su
jefe, quien le informó que todas sus claves para entrar al sistema interno de
la compañía quedaban anuladas, que se le pagaría la indemnización
correspondiente y que era mejor que dejara las cosas tal como estaban si no
quería salir realmente menoscabado.
Así, en el momento en que Morales
entró intempestivamente a su privado, Erik comprobaba cómo su acceso al sistema
computacional de la empresa estaba totalmente bloqueado.
Morales, por su lado, vio con
sorpresa como ese hombre, hasta hace tan poco dueño total de la situación, se
veía totalmente avasallado y errático. Era tal su falta de interés, que no le
importó que el policía se percatara del polvo blanco esparcido sobre una
charola de plata en su escritorio. No obstante, el inspector no estaba ahí para
hablar acerca de sustancias prohibidas, sino para que por fin le dijera qué
sabía de los asesinatos.
- Si no está aquí para decirme
que atraparon a ese loco, inspector, será mejor que vuelva por donde entró y me
deje en paz.
- Y es por eso que vengo de nuevo,
o tendrá que descansar en paz permanentemente.
Erik dejó salir una risa amarga y
le contestó a Morales:
- Ahora resulta que tiene sentido
del humor, Morales ¿Lo usó cuando le dijo a los deudos de los hombres que han
muerto que no ha podido descubrir al asesino?
- Lo hubiera descubierto si usted
fuera de alguna ayuda para la investigación, pero por lo visto sólo le interesa
guardar sus oscuros secretos…
Erik lo miró con odio desde su
asiento, pero decidió no morder el anzuelo, desviando la conversación hacia
otro tema.
- Acá dice – apuntó a un
periódico – que encontraron a una reportera que fue secuestrada vagando en las
calles de la ciudad sin rumbo. Hay conjeturas de que estuvo en poder del
asesino y que ella sabe quién es ¿No ha podido sacarle nada?
- Ella está internada en una
clínica y se encuentra algo afectada.
Morales omitió decir que la verdad
es que Sara se encontraba lucida, aunque con algunas secuelas por haber pasado
mucho tiempo bajo los efectos de drogas muy fuertes. El problema es que ella dicía
no recordar quién era el asesino que en su momento había descubierto, cosa que
al detective no le convencía para nada.
- Es usted un inepto, Morales. De
seguro esa mujer sabe todo y no es capaz de hacerla hablar.
- Lo siento, pero no soy de los
que hacen hablar a las mujeres a la fuerza. De seguro usted puede enseñarme
técnicas al respecto.
Erik bufó, pues Morales no fue
muy sutil al enrostrarle la golpiza que en su momento le había propinado a
Sara. Luego, cansado de tener que soportar la presencia del detective, le
espetó:
- Vino sólo por una visita de
cortesía, o hay algo más que necesite de mí.
Morales se le quedó mirando a los
ojos por un momento, gesto que fue devuelto por Erik, desafiante. Después el
inspector le dijo:
- Sé que estos asesinatos tienen
que ver con los abusos que ustedes realizaron en su época de escuela a un chico. Alguien se está vengando por lo que ustedes
hicieron, pero hay algo más, pues usted se empecina en guardar silencio y
obstruir mi trabajo.
- ¿Cree en fantasmas, inspector?
Porque yo no. Eso pasó hace mucho y fueron sólo cosas de niños, travesuras sin
importancia.
El policía no pudo evitar que el
desprecio que sentía por ese sujeto se permeara a su semblante, pero se remitió
a rebatirle.
- Puede que usted lo haya
considerado una niñería, pero para quien se está tomando esta revancha es muy
serio. Ustedes vejaron a ese chico y quién sabe qué cosas más le hicieron.
Erik , sonriendo de forma
burlona, agregó:
- ¿Sabe qué? Ese mocoso sólo
recibió lo que se merecía. No era más que otro insecto que se cruzó en mi
camino y lo aplasté, como lo he hecho con todos.
- Es usted sólo un bastardo
inmoral – replicó Morales, sin contenerse.
- ¿Es que acaso se siente
identificado con ese chico, Morales? ¿Quizá a usted también le hicieron bromas
en la escuela? ¿Qué papel jugaba usted? ¿El tonto o el afeminado?
Como un abusador avezado, Erik
sabía reconocer las reacciones de las personas y cuándo sus palabras crueles
producían más escozor. Por ello pudo notar de inmediato cómo lograba romper con
el cerco de hierro que Morales mantenía a su alrededor, viendo las verdaderas
razones para su indignación que el detective sentía hacía él. Sin embargo, lo
que jamás esperó fue la reacción de Morales, quien le descargó un certero
puñetazo en la mandíbula, haciendo que su quijada crujiera.
- ¡Cómo se atreve! ¡Me encargaré
de hablar con sus superiores para que le quiten su placa!
Morales vio en ese momento a Erik
exactamente como era, un cobarde que acostumbraba abusar de víctimas
indefensas, pero que sabía dar un paso atrás cuando era contraatacado.
Cualquiera otro no se hubiera quedado con ese puñetazo y se hubiera tranzado a
golpes con él, pero Erik prefería amenazar, pues sabía que una reacción
violenta podía no serle favorable.
- Haga lo que le dé la gana, pero
hágalo rápido. Puede que no le quede tanto tiempo.
Morales salió de la oficina dando
un portazo ante los atónitos ojos de Rita, quien se encontraba en su
escritorio.
Como siempre que estas cosas
ocurrían, Rita esperó a que pasara un rato antes de entrar a la oficina de su
jefe; más que nada para que él pudiera rearmar su dignidad. Cuando supuso que
todo estaba más tranquilo, la mujer entró y, con su mismo tono neutro de
siempre, le dijo a Erik:
- Llamó su hija, señor. Preguntó
si acaso hoy saldría con ellos como habían acordado. Dijo que tenía muchas
ganas de visitar la pastelería a la que siempre van.
A Erik le costó por un momento
volver a la realidad y descifrar lo que le estaba informando su secretaria.
Luego le dice que no va a poder ir, que las cosas no están saliendo bien ese
día. Por su lado, Rita le dice:
- ¿Le parece que compre unos
pasteles y se los mande a sus hijos? Conozco ese lugar del que me habló su
hija.
Erik, aún con su mandíbula
resentida, asintió a la sugerencia de su secretaria. No obstante, algo despertó
la curiosidad del ejecutivo, quien se quedó por un momento mirando a Rita y no
se aguantó de preguntarle:
- ¿Sabe que me despidieron? ¿No?
La mujer asintió con un leve
movimiento de su cabeza.
- Ya no es necesario que se
muestre tan competente y servicial conmigo.
Ni un musculo se movió en la cara
de ella cuando le contestó:
- Usted es mi jefe hasta las seis
de la tarde de hoy. Mientras eso no ocurra, sigo haciendo mi trabajo como
siempre.
Erik estuvo impulsado a
agradecerle ese gesto, pero él no era de los que daban las gracias.
**********
Habían pasado un par de semanas
desde el ataque en el pasillo de la escuela, el cual por fin trajo represalias
a los abusadores, quienes tuvieron que aguantar algunos días de suspensión y la
amenaza de un castigo más severo si Patricio era nuevamente molestado. Esto
surtió el efecto esperado y durante todo ese tiempo el chico pudo estar en paz,
aunque siempre le echaba una mirada a su propia sombra por si en ella
encontraba a los monstruos que le perseguían.
Y lo dejaron tranquilo, no por el
miedo a los castigos, sino porque Erik deseaba que se sintiera seguro, que se
olvidara de ellos, pues así el golpe que venía sería el definitivo.
Sucedió luego de una clase de
gimnasia que fue de lo más agradable, pues incluso hasta el profesor Jorquera
parecía tener una nueva actitud con el chico. Así, Patricio terminó las
actividades y se dirigió a las duchas. Era el último en llegar, ya que debido a
su endeble físico se demoró más en hacer las rutinas. Por eso en los camarines
sólo quedaban algunos de sus compañeros que ya se estaban vistiendo cuando él
entró a la ducha.
Mientras se encontraba bajo el
chorro de agua caliente, Patricio se olvidó de todo y se relajó. Estaba
cansado, pues había trabajado duro ese día. Quizá era buena idea hacer algún
deporte que refuerce su enclenque contextura y mejoré su confianza en sí mismo.
También estaba pensando en hablar con su madre para cambiarse de escuela el
próximo año y empezar de nuevo, pues a pesar de que por ahora lo habían dejado
tranquilo, seguía marcado, teniendo que soportar las risas de los demás cuando
andaba por los pasillos.
Mientras pensaba en esto, no se
dio cuenta que de pronto los camarines quedaron en silencio, y que una puerta
se abrió y se cerró rápidamente.
Tenía los ojos cerrados para que
nos les entrara champú cuando un fuerte golpe en su nuca hizo que su cabeza
chocara con la pared que tenía en frente. De inmediato escuchó las risas que
poblaban sus pesadillas y supo que la paz era sólo una ilusión. Después
vinieron varias patadas que cayeron en desorden sobre su cuerpo indefenso, por
lo que atinó a proteger su cabeza y esperar que se aburrieran pronto. No
obstante, Erik tenía pensado algo especial para ese día.
Sin ninguna misericordia,
Patricio fue alzado de los cabellos del piso y obligado a mantenerse en pie. No
quería abrir los ojos y ver el brillo sádico en la mirada de sus atacantes,
pero una fuerte bofetada acompañada de la orden de mirar le obligó a hacerlo.
Era Erik quien lo sujetaba de los cabellos, haciendo que se tuviera que parar
de puntillas mientras lo observaba de pies a cabeza. Luego, con sorna, le dijo
a sus compañeros:
- ¡Miren a este gusano! ¡Ni siquiera
tiene pelos en las bolas!
Todos rieron y Patricio trato de
taparse por pudor, lo que hizo que las burlas fueran peores. No obstante, lo
peor estaba por suceder.
- ¿Realmente pensabas que te
habías salvado de nosotros, mierdecilla? ¿En especial después que recibí días
de suspensión por tu culpa? No, gusano. Nosotros te hemos estado vigilando y
esperando el momento para enseñarte de una vez por todas que no hay forma de
escapar. Eres mi puta, pedazo de mierda, y pretendo dejártelo muy en claro.
Entonces Erik pone al chico de
cara contra la pared, lo sujeta con fuerza y se baja el cierre del pantalón,
sacando su miembro y golpeando con él los glúteos de Patricio. Por su lado, los
otros se miran extrañados porque eso no era lo que habían planeado. No
obstante, Julio ríe muy fuerte y anima con palabras soeces a Erik, mientras que
Sergio se queda como una piedra, sin saber cómo reaccionar. Es Rafael quien
tiene un momento de lucidez y toma a Erik del brazo y le dice:
- ¡Qué estás loco! Dijimos que le
daríamos un susto, pero esto es demasiado.
Erik se zafó del agarre de Rafael
y le espetó:
- ¡Yo decido que se hace! Si se
me place que esta mierda sea mi puta, así será. Así que si no te gusta, te
puedes ir al carajo, maricón.
Rafael buscó con la mirada a sus
otros amigos, pero todos ellos le temían demasiado a Erik como para
enfrentarlo, así que no le quedó otra que irse de ahí.
Sólo unos instantes después Patricio
sintió un dolor que lo desgarró completamente, tanto el alma, el corazón, la
mente y su esfínter. Esa agonía estaba acompañada por sus suplicas desesperadas
que al final fueron engullidas por sus propios alaridos de dolor, así como por
los la respiración agitada de Erik al lado de su oído, las risas de Julio y el
silencio cómplice de Sergio. Todo esto duró una eternidad hasta que se escuchó
una airada voz que gritó “¡Hijo de puta!”, al mismo tiempo que Erik era
empujado violentamente contra la pared.
Se trataba de Jorquera, quien
avisado por Rafael irrumpió en los camarines y puso fin a ese espectáculo
horrible. No obstante, Erik, con la adrenalina por los aires, se puso de pie y
quiso abalanzarse sobre el profesor, pero este le descargó un golpe con el
dorso de la mano derecha que le volvió a tirar al suelo, al mismo tiempo que
hacía sangrar su nariz.
- ¡Son un montón de imbéciles! Les
dije que podían venir y machacarlo un poco, pero no… ¡esto! ¿Saben lo que nos
puede pasar si él los denuncia?… Ahora quiero que todos se vayan de aquí no le
hablen de lo ocurrido a nadie, porque todos y cada uno estaríamos jodidos. Yo
me encargo de arreglar esta mierda.
Julio y Sergio pusieron de pie a
Erik y se lo llevaron casi a la fuerza, mientras que Rafael le echó una última
mirada a Patricio, que temblaba convulsivamente en el suelo, y agachó la cabeza
avergonzado para luego salir.
Una vez a solas con el pobre
chico, el bruto de Jorquera lo obligó a pararse y sin miramientos lo bañó
nuevamente, borrando cualquier rastro superficial de su martirio. Luego, como
si fuera un muñeco de trapo, lo secó y vistió, tomándole al final del cuello de
la camisa y diciéndole:
- Mira, mocoso, quiero que te
quede claro que no le puedes decir a nadie lo que ha pasado acá, porque créeme
que yo en persona me encargaré de que algo aún peor te pase y no habrá
absolutamente nadie capaz de protegerte ¡Entendido! Hoy no pasó nada.
Y Patricio repitió eso último
como si fuera un mantra. Luego fue acompañado por el profesor hasta la salida
de la escuela y embarcado en la locomoción que lo llevó a su casa. Una vez ahí,
no comió ni dijo nada, sólo se acostó y al otro día no fue capaz de levantarse,
ni al siguiente. Patricio no volvió nunca más a la escuela y entre los alumnos
corrió el rumor de que algo muy malo le había pasado a manos de Erik y su
pandilla.
El tiempo pasó y esto fue sólo
una anécdota más. Erik mantuvo a su grupo de amigos unido hasta que se
graduaron, aunque siempre mostró un encono hacia Rafael, no olvidando que fue
él quien puso en alerta a Jorquera. Tiempo después, cuando Rafael se decidió
por la carrera sacerdotal, Erik se alejó aún más de él.
Julio y Sergio fueron exitosos en
los respectivos caminos que siguieron, borrando de sus mentes ese extraño
suceso de los camarines, no hablando nunca más de ello, incluso cuando Rafael
quiso compartir su culpa con ellos. Simplemente se tomaron al pie de la letra
que eso jamás pasó.
Jorquera cometió varios errores
que lo llevaron a ser despedido de la escuela, siendo el más grave mantener
relaciones sexuales con alumnas, que aunque consentidas, no terminaban de ser
un delito. Intentó buscar apoyo en sus ex-pupilos, en especial en Erik, que ya
para ese entonces era un prometedor ejecutivo. No obstante, éste jamás olvidó
esa vez en que el profesor le había golpeado, así que se cobró su venganza
negándole cualquier tipo de ayuda. El destino de Jorquera fue sellado por su
adicción al alcohol y un cancer que lo llevó a la tumba.
De Patricio no se supo nada…
hasta ahora.
**********
Sara recibía en esos momentos la
visita de unos amigos y familiares, por lo cual se le notaba bastante animada.
No obstante, cuando inevitablemente salía el tema acerca de los días en que
estuvo desaparecida, ella sencillamente repetía que no se acordaba de nada,
pues pasó todo el tiempo drogada.
Esa tarde le llevaron flores,
chocolates y varias tarjetas con buenos deseos. De seguro le darían de alta a
la mañana siguiente, así que ella se dejó querer, teniendo la oportunidad de
ver a aquellas amistades que sólo puedes ver cuando pasan cosas muy extraordinarias.
Sin embargo, una de las caras que menos deseaba ver apareció al final de la
hora de visitas, aunque traía flores. Morales esperó a que todos se fueran con
mucha paciencia, y una vez que se quedó a solas con la reportera, le preguntó:
- ¿Cómo te encuentras, reportera?
¿Ya no sientes los efectos de las drogas?
- Me siento bien, Morales.
Gracias por preguntar.
El inspector sonrió y sacó unos
papeles doblados de dentro de su chaqueta y lo dejó sobre la cama, quedándose
mirando fijamente a Sara.
- ¿Qué es eso?
- Un completo informe de los
estudios toxicológicos que te hicieron cuando ingresaste al hospital. Pelo,
sangre, orina, etc. Es interesante que no encontraran residuos de tantos días,
como tú has declarado, sino que parece que fuiste drogada sólo momentos antes
de que te encontráramos deambulando por la calle.
- No hagas esto Morales. No me lo
merezco – Dijo Sara, incómoda.
- Supongo que una periodista
inteligente como tú conoce el concepto de Síndrome de Estocolmo.
Sara se cruzó de brazos y le
dirigió una mirada asesina al detective. Si se creía muy inteligente con todo
esto, la verdad es que únicamente se estaba comportando como un fantoche
insufrible. Al final le dijo:
- Si quieres que hable, lo haré con
mi abogado presente.
- Esperaba no tener que llegar a
eso, Sara. Debes entender que, por muy terrible que sea la historia de este
asesino, lo que está haciendo no es correcto, y si tú no cuentas lo que sabes, deberé
considerarte como su cómplice.
Ella dejó salir un gemido de
desesperación, luego miró al detective implorante y le dijo:
- Es que lo merecían. Tú no sabes
lo que ellos hicieron.
- Eso no es asunto mío, reportera.
Yo sólo necesito un nombre.
Ella, con los ojos llorosos y los
dientes apretados echó la cabeza para atrás con impotencia. Luego volvió a
mirar a Morales y un nombre salió de su boca, dejando al policía pálido.
- ¿Có… Cómo? – pudo articular al
fin.
- Ese es tu trabajo, detective.
Yo ya te di la pista principal.
Entonces, como impulsado por un
resorte, Morales se puso de pie y se dirigió a la puerta, pues sabía que no
había tiempo que perder. No obstante, antes de salir, Sara le detuvo y dijo:
- ¡Morales! Créeme que espero de
todo corazón que no llegues a tiempo.
El policía no dijo nada y salió
raudo de ahí.
Una vez a solas, Sara se volvió a
fijar en los supuestos resultados que Morales le había dejado doblados sobre la
cama. Cuando los tomó y abrió una amarga sonrisa se dibujó en su rostro. Sólo
eran papeles en blanco.
**********
Todo estaba oscuro y confuso,
como si el humo negro de un incendio sofocara su mente. Haciendo un esfuerzo
titánico, Erik trató de recordar lo que estaba haciendo antes de estar ahí:
“Había una caja, y yo guardaba mis cosas personales en ella. Me había
tomado ya dos botellas de whisky y me aprontaba a ahogar las penas en cualquier
club nocturno. Quizá hubiera una puta con tetas grandes… Entonces sentí ese
dolor en el cuello, como un pinchazo. Todo se volvió negro y yo caí eternamente
en el abismo hasta aho…”
Los recuerdos fueron espantados
en ese momento por un dolor lacerante que empezaba en sus entrañas y se
extendía a todo su cuerpo. Erik de pronto abrió mucho los ojos, tomando
conciencia de golpe de que aún se encontraba en su oficina, aunque esta estaba a
oscuras. Su cuerpo desnudo se cubrió de un sudor frió cuando sintió esa cosa
que le horadaba el culo, dura y fría, con protuberancia que hacían el suplicio
más insoportable. Entonces gritó, maldiciendo y amenazando, removiéndose con
desesperación pero imposibilitado de moverse. Le habían atado a un sillón
enorme que estaba en su despacho de tal manera que su culo quedaba al aire, sin
forma de evitar el humillante trato que le estaban dando.
- ¡Eres un cobarde Hijo de puta!
¡Desatame y veremos si eres capaz de meterme algo por el trasero! – dice desafiante
Erik, aunque con los ojos rojos e hinchados por las lagrimas.
- ¿Tú pretendes darme clases de
hombría? Eso sí que sería digno de verse.
La voz que le contestó era gruesa
y gastada, como la de un cuervo o algo así, por lo que Erik supuso que se
trataba del asesino. No obstante, se olvidó de todo cuando le sacaron de golpe
lo que le habían puesto en el trasero.
- ¿Dime que se siente que te
humillen en lo más íntimo, Erik? ¿Qué siente un macho alfa como tú cuando es la
puta de otro?
Aún reponiéndose del dolor, Erik
vuelve a revolverse desesperado, pero era imposible zafarse. Entonces siente el
toque de algo metálico detrás de su oreja y el chasquido de un revólver
amartillado. Con el sudor corriendo por su rostro como nunca, se atreve a decir
al fin:
- Por lo menos podrías dispararme
mirándome a la cara.
La punta del cañón del arma hizo
el recorrido desde detrás de su cabeza hasta su frente, pudiendo ver por fin al
asesino que se había encargado de terminar con la vida de sus tres amigos. No
obstante, cuando afinó la vista a pesar del sudor y las lágrimas, no pudo
evitar exclamar impresionado:
- ¿Rita?
- ¿Sorprendido, jefe? – Replicó
la mujer con su voz de graznido debido a los 30 cigarros que fumaba diariamente
– De segura tu obtusa mente de simio se estará preguntando en este momento cómo
y por qué.
En efecto era cierto, en mente de
Erik la pregunta imperante era cómo esa vieja de mierda, que apenas superaba el
metro cincuenta, pudo cometer crímenes como los ocurridos hasta ahora. Aquello
del porque de seguro se lo explicaría a continuación.
Pero en ese momento hubo todo un
alboroto afuera, lo cual hizo que Rita cargara más el cañón en la frente de
Erik, advirtiéndole que si hacía cualquier cosa, le volaba los sesos. Por su
lado, echando abajo la puerta, entran a la oficina media docena de detectives encabezados
por Morales y apuntan con sus armas a Rita, ordenándole arrojar su revólver. No
obstante, la mujer hasta ese momento había demostrado tener suficiente sangre
fría como para no sentirse asustada por un grupo de policías.
- Nada de eso, señores. Acá la que
manda soy yo, y si alguno de ustedes quiere pasarse de listo, me cargo a este
bastardo. Créanme que no tengo miedo a morir si me llevo a éste conmigo.
Morales, sabiendo que ella tenía
el sartén por el mango, le hizo una seña a sus compañeros para que esperaran.
No obstante, justo en ese momento comenzó a sonar el teléfono de la oficina,
cosa que sobresaltó a todos, pero que no llegó a causar una debacle. Con el
teléfono aún sonando, Morales habló:
- Señora, sé lo que sufrió, lo
que estos sujetos le hicieron a su hijo, pero esta no es la forma de hacerlos
pagar.
- ¡Déjate de hablar, Morales, y
métele un balazo a esta puta!
La interrupción de Erik fue
cortada por un certero golpe en su boca con el mango de la pistola de Rita, lo
cual hizo que se le soltara un diente. Luego, la mujer le contestó al policía:
- Veo que ha descubierto mis
razones inspector, pero la verdad es que nadie sabe lo que sufrí. Nadie puede
siquiera pretender entenderme.
Sabiendo que si la hacía hablar,
ganaba tiempo, Morales contraataca:
- Debo reconocer que sólo fue
suerte descubrir que usted estaba detrás de todo, y en verdad no pretendo
trivializar su dolor, pero me gustaría entender por qué tomó este camino y no
otro.
Rita vio con desconfianza al
detective, luego memorizó exactamente la posición de cada uno de otros policías
y, cuando estuvo segura, comenzó a contar:
- Luego de lo que estos bastardos
le hicieron a mi hijo, él sufrió un colapso nervioso. No quería levantarse de
su cama, ni mucho menos salir de la casa, cada vez hablaba menos, hasta que un
día simplemente dejó de hacerlo. Yo no tenía apoyo de su padre, que nos había
abandonado hace algunos años, así que con gran esfuerzo lo llevé a médicos,
pero sólo obtuve el diagnostico del trauma, pero no la razón ni la posibilidad
de un tratamiento. Mi hijo era un chico amable y muy cariñoso, pero de la noche
a la mañana se transformó en un zombi que ni siquiera soportaba que le
acariciara. Pasó años así, a veces en casa, otras internado, hasta que no lo
soportó más y se suicidó con una sobredosis de medicamentos. No obstante, antes
de morir me dejó una carta pidiéndome perdón y en la que me contaba todas las
monstruosidades que estos hijos de puta le hicieron.
“Necesito más tiempo”, pensó
Morales al momento de volver a hablar.
- Pero el parte de defunción dice
que su hijo murió de un ataque al corazón.
- Eso fue un favor que conseguí
de uno de los médicos que lo trataba. Le dije que quería que mi hijo tuviera un
entierro cristiano, pero si se sabía que se suicidó eso era imposible. Al final
accedió y puso lo del infarto.
Morales estaba en todo momento
atento a los movimientos de la mujer y, según su experiencia, independiente de
lo que ellos hicieran, ella le dispararía a Erik sin ningún miramiento. Debía
seguir hablándole y esperar el momento oportuno.
- Entonces, debido al suicidio de
su hijo, decidió vengarse ¿No?
- Primero quise guardar los
buenos recuerdos de mi hijo y seguir adelante, pero esas imágenes de abuso me
atormentaban. Un día vi en la página de sociales del periódico como los
torturadores de mi hijo eran catalogados de “Jóvenes promesas”, cuando a mi
pequeño se le negó la posibilidad de una vida feliz, y no pude más. Comencé a
investigar y di con ese profesor, Jorquera, el que les alcahueteaba todo a estos
malnacidos. El tipo estaba en un hospicio, siendo devorado lentamente por el cáncer, y pensé que era justo. Él al final confesó todo, admitiendo lo que
había ocurrido con Patricio, así que decidí que todos debían tener más temprano
que tarde un final tan atroz como el de ese profesor de mierda.
“Así, con mi experiencia de
secretaria, pude entrar a la compañía en que trabajaba este adefesio para poder
vigilarlo, conocer su debilidades. Me di cuenta de que estaba dispuesto a
hacer cualquier cosa para triunfar, por lo que me transformé en la perfecta
secretaría del ejecutivo ambicioso, despreciada, pero demasiado indispensable
para ser desechada. Pronto tenía mis manos metidas en todos los aspectos de su
vida, pudiendo descubrir también las debilidades de sus cómplices. Cuando todas
las piezas estuvieron en posición, yo hice mi jugada. Me confesé con el cura,
contándole lo mismo que le digo a usted ahora, inspector, así que por eso el
pobre padre Rafael estuvo tan errático sus últimos días, pero no lo hice por
que piense que me redimiré, sino sólo para que supieran que algo se avecinaba,
una tormenta que barrería con toda su mierda.
“Debo reconocer que nunca estuve
segura de llegar tan lejos; que tarde o temprano alguien ataría los cabos y se
descubriría mi relación con Patricio. Ninguno de ustedes fue capaz de ver en mí
nada más que una anciana amargada a punto de jubilarse, incapaz de cometer esos
cruentos asesinatos. Sólo esa periodista dio con la pista y se acercó a mí, queriendo
saber mi historia para entender. Tuve que mantenerla unos días en mi casa, para
asegurarme que no pondría en peligro mis planes; no obstante, ella entendió
pues había atisbado la calaña de monstruo con el que trataba. Por ello la solté
con la esperanza de que no hablara antes de tiempo.
“Así llegamos a este momento, con
el gran señor, el hombre que hacía temblar a todos a su paso, con el cañón de
mi pistola en la cabeza, sodomizado y apunto de orinarse por el miedo. Pronto
mi hijo podrá descansar en paz”.
El teléfono seguía sonando cuando
Rita terminó de hablar y Morales seguía sin saber cómo evitar la ejecución que
estaban a punto de presenciar. Sólo tenía la vana esperanza de hacerla entender
con palabras:
- Su hijo no descansará tranquilo
sabiendo que su madre estará tras las rejas debido a una locura. Esta venganza
no le dará paz ni a él ni a usted, Rita. La muerte de ese hombre, por muy
bastardo que sea, no pasará de ser un fogonazo en la oscuridad. Ya ha matado a
tres, pero muestre un poco de cordura y no lo haga de nuevo.
Rita miraba a Erik mientras el
inspector le hablaba. Tenía una sonrisa indescifrable en los labios, como si
disfrutara de un chiste privado que ninguno de los presentes entendía. Luego
agregó:
- ¿Sabe algo, inspector? Tiene
razón. La muerte de este gusano no es un castigo apropiado. Él se merece vivir
y sufrir las consecuencias de sus actos. Eso es en definitiva la justicia ¿No?
No esperó la respuesta a su
pregunta. Rita dejó de apuntarle a la cabeza de Erik, metiendo el cañón en su
boca y disparando antes que cualquiera de ellos pudiera hacer algo. La sangre
de sus sesos se esparció por la habitación, salpicando todo, incluido su
ex jefe.
Aún choqueados por lo que
acababan de presenciar, los policías comenzaron a moverse con torpeza para
hacerse cargo de la situación. Por su parte, Erik exigía que le soltaran de una
vez, acusando a todos los detectives, y en especial a Morales, de ser unos
incompetentes. No obstante, el inspector le ignoró y se concentró en ese teléfono
que extrañamente seguía sonando. Al final, lo descolgó.
- ¿Si?… con el inspector Morales…
espere un momento ¿con quién hablo?… entiendo… si… ¡Por Dios!… esto es… sí, se
lo paso inmediatamente.
Le tendió el auricular a Erik,
quien había sido soltado por los otros detectives. Cuando tomó el teléfono,
miró extrañado cómo Morales estaba pálido como el papel, pero no preguntó nada
y contestó.
- ¿Hola?… pero… no entiendo nada.
Deja de llorar y vociferar y explícamelo con calma… ¡Qué!… ¡Me estás mintiendo!
¡Eso no puede ser!… ¡Yo no fui! ¡No envié nada a los… ¡Oh por Dios!.
Erik abre mucho los ojos, como si
en ese momento todo el mundo se le viniera encima. Luego mira a Morales, quien
le observaba con atención, dejando caer el auricular del teléfono, le dice desesperado:
- ¡No es mi culpa! ¡Yo no sabía!
¡No es mi culpa!…
Entonces cae de rodillas,
aplastado por el dolor. Morales pudo haberle mostrado algo de gentileza e
intentar reconfortarlo en ese momento, pero no lo hizo, pues muy a su pesar, el
inspector sentía que ese sujeto se merecía lo que le estaba pasando. Así fue
que Morales prendió un cigarro, le echó una última mirada a Erik para
percatarse que no tuviera nada a mano para atentar contra su vida y le dejó
ahí, de rodillas, desnudo y llorando desconsoladamente.
El asunto es que quién llamaba
compulsivamente al teléfono de la oficina era la esposa de Erik. Como no quiso
llevar a sus hijos de paseo, Rita envió unos pasteles a nombre suyo a ambos
chicos. Lo que nadie esperaba es que estos pasteles fueron envenenados por la
secretaria. Los niños, quienes confiaban ciegamente en Rita, comieron de ellos.
Cuando la madre llegó a casa por la tarde, se encontró a sus dos hijos
moribundos, por lo que llamó con desesperación a la ambulancia. Isidora, la
hija mayor de Erik, había muerto en la clínica hace sólo un par de horas,
mientras que el pequeño que se llamaba igual que su padre pudo ser salvado,
aunque era seguro que quedaría con severas secuelas de por vida.
Rita le había quitado a Erik lo
mismo que él a ella. Al final, se había hecho justicia.
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