Por Luthien Akallabêth
Nota: Antes de empezar, dale play al video y escucha la canción a medida que vas leyendo.
Odio el
internado. Odio a las religiosas. Odio levantarme temprano para la misa
matutina. Detesto tener que seguir manteniendo una mentira cuando en mi
interior ya se la verdad, cuando has conocido la verdadera razón por la cual
seguir pero no puedes decir nada. Esa maldita presión que te hace guardar
silencio y bajar la mirada.
Y sobre
todo la odio a ella. Silvia, maldita Silvia.
Mentira.
No podía odiarla… no a Silvia.
Silvia...
después de que ella me había dejado ahí, con las religiosas, no podía distinguir
el Cielo del Infierno en el que me encontraba. Todo era gris sin Silvia. Al
mirar por la ventana de mi habitación, el cielo solo parecía dolor, más dolor
sobre mí.
¿Silvia,
puedes distinguir los prados verdes de los fríos rieles de acero? ¿Puedes
distinguir una sonrisa de un velo? ¿Lo distingues?
Silvia había
sido luz para mí. El internado de señoritas en el convento era demasiado duro
para mí, estaba condenada a llevar una rutina que sólo iba apagando más y más
mi espíritu. Las monjas odiosas siempre buscaban una excusa para regañarme. Mi
uniforme estaba desaliñado, mi cabello no estaba correctamente peinado, mi
actitud brusca no era adecuada para una señorita. Mi falta de fe solo me
llevaría al infierno y no conocería nunca la gracia eterna de Nuestro Señor.
Mierda.
Sólo mierda día tras día.
Sólo mierda día tras día.
Hasta
que Silvia cruzó su camino con el mío.
Era
preciosa. Todo en ella demostraba refinamiento. Era una verdadera muñeca de
porcelana. Delicada e intocable. Me enamoré de ella casi de inmediato. Para mi
suerte, ella también me notó, pasábamos nuestras tardes hablando antes de la
misa de las seis. Ella venia de una familia conservadora y controladora, todo
su futuro estaba decidido. Luego de salir del convento estaba destinada a
casarse con uno de los socios jóvenes de la firma de su padre. Solo se
encontraba en el internado para perfeccionar sus habilidades como esposa
dedicada.
Pero
Silvia no quería eso. Estaba aterrada de un futuro que no anhelaba, no se
imaginaba casada con algún idiota que buscará el dinero de su padre. Ella
quería aventuras, pero temía vivirlas. No sabía cómo decirle que no a sus
padres. Explicarles que ella… se sentía incomoda con la idea de casarse con
alguien que no amara.
Yo la
escuchaba, y ella se abría conmigo.
Poco a
poco, y más temprano que tarde, Silvia empezó a darse cuenta de que conmigo se
sentía cómoda, y que conmigo quería vivir aventuras que antes ni siquiera
hubiese imaginado. Pero seguía teniendo miedo. Miedo a que nos descubrieran.
Miedo a que nuestro amor pecaminoso fuese tan escandaloso que nos separaran.
Pero
Silvia olvidaba sus miedos cuando yo besaba sus labios. Cuando a escondidas en
los pasillos podíamos acariciarnos y aventurarnos a ser libres.
Silvia
¿Lograron cambiar tus héroes por fantasmas?
Los
árboles que rodeaban el convento se habían convertido en cenizas para mí.
Silvia se había llevado todo el color y la vida. El aire se había vuelto
caliente y sofocante. No había ningún confort para mí.
Silvia
había cambiado, había abandonado su lucha por un lugar seguro en una jaula.
Era
cuestión de tiempo para que alguna de nuestras compañeras fuese con el cuento a
la Madre Superiora. El escandalo fue mayúsculo.
Fue una
tarde en que la Madre Superiora nos llamó a su oficina, la histeria y el
espanto estaba plasmado en su rostro. A mí no me importó nada, yo no iba a
cambiar, ya había conocido aquello por lo que vivir, aquello que era
importante, aquello que daba color a mis días grises. Sólo me importó cuando vi
la expresión en el rostro de Silvia. Ella dudaba. El discurso de la Madre
Superiora le había calado hondo y le afectaba.
La vieja
había mencionado a sus padres. Los padres de Silvia venían por ella y probablemente
llegarían esa misma noche.
-
Silvia… este es tu momento, puedes decirles que no quieres casarte con algún
idiota… - le dije.
- No… no
puedo. Lo lamento… pero debo obedecer a mis padres. Esto está mal… Mal… no
podemos hacer esto – me respondió ella.
Fue la
última vez que hablamos.
Esa
noche sus padres se la llevaron del internado. Y durante cuatro meses no tuve
noticias de ella. Cuatro meses en los que deseaba fervientemente que ella
estuviese conmigo. Juntas éramos dos almas nadando en la misma pecera,
corriendo sobre el mismo camino. ¿Qué habíamos encontrado en el camino? Compartíamos
los mismos miedos.
Y ahora,
al borde del último piso del convento. Luego de haber sufrido las burlas y los
maltratos de todas en el convento, por parte de mis compañeras y de las
religiosas, observando hacia los árboles que sólo parecían cenizas en la
distancia por lo gris de los días, de lo gris que se veían
los antes verdes prados en donde las líneas del tren se habían llevado a Silvia
hacia un matrimonio que se celebraba ese mismo día.
En ese
momento… realmente deseaba que Silvia estuviese conmigo. Sólo un instante para
detenerme de caer.
Pero ya
era tarde, por lo que sólo cerré mis ojos mientras sentía la fría brisa cortar
mi rostro. Sólo quedaba esperar por la caída.
Sólo quedaba esperar por la caída...por que el golpe ya lo había recibido.
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